Aunque suene de lo más
excéntrico, es la verdad. Cada vez que pasaba por el pasillo del supermercado
donde venden los detergentes, suavizantes y todo tipo de productos de limpieza,
sentía unas ganas locas de comerme lo que encontrara al paso, me daba un antojo
voraz de comer…si… ¡detergente!
Luego de unos días pasé por el
lado de una construcción y ese olorcito a tierra, cemento y mugre me hizo agua
la boca. Lo atribuí a que era hora de almuerzo y el hambre me estaba jugando
una mala pasada.
La gota que rebalsó el vaso fue
una mañana que me estaba dando una ducha con un jabón Natura que me regaló una
secre de la oficina, cuando de pronto me descubrí mirándolo con ganas de darle
un mordisco. Reconozco que esos jabones huelen muy rico pero ¿tanto como para
querer comérmelo? Aunque estaba sola y nadie sería testigo de aquel acto, me
contuve de clavarle los colmillos a tan apetitoso bocadillo mañanero, pues no
podría vivir conmigo misma sabiendo que comí jabón.
Empecé a preocuparme y a pensar
que el problema era mi constante e insaciable hambre la que me hacía estar
dispuesta a comer cualquier cosa… eso me asustó ¡¿qué sería de mí si hasta comer
tierra era una opción con tal de echarme algo a la boca?! con los meses que me
quedaban temía llegar como ballena al fin del embarazo, pero al paso que iba no
me esperaba un destino más alentador.
Le comenté a Pelayo lo que me
sucedía y él, muy empático, abrió los ojos como plato y me dijo sutilmente que
el embarazo me estaba volviendo loca.
Un día en la mañana, como de
costumbre, abrí un ojo y consulté a mi mejor amigo del momento, Babycenter,
para ver qué novedades tenía para mí. Un poco dormida comencé a leer pero poco
a poco y a medida que avanzaba en las líneas, la somnolencia comenzó a dar paso
a la incredulidad. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban leyendo.
De un salto me puse de pie y
corrí al baño para mostrarle a Pelayo lo que había visto en el celular. El
pobre estaba de lo más cantarín en la ducha y casi muere del susto cuando abrí
la cortina con el celular en la mano gritando: ¡viste que no estoy loca!, esto
que me pasa es una condición del embarazo y tiene hasta nombre, ¡se llama “la
pica”!
Mi pobre marido no entendía nada
de lo que estaba hablando, pero como hace tiempo decidió tener una postura zen
frente a mis arranques inexplicables de locura, tomó la toalla que estaba a
unos centímetros de él, se secó las manos y agarró el celular.
Cuento corto, ese día me enteré
de que existe la pica, y no sólo eso ¡yo la estaba padeciendo! Según lo
explicado por mi aplicación favorita, a algunas mujeres les pasa que durante el
embarazo tiene ganas de comer cosas como tierra, ceniza, jabón, trozos de
pintura de las paredes, yeso, cera, ¡pelos! y un sinfín de cosas raras y asquerosas.
Se llama pica porque en latín así se le llama a la urraca (si, el pájaro aquel)
que al parecer come de todo.
Como muchas otras cosas que te
cuenta Babycenter, nadie sabe con certeza por qué pasa esto, la cosa es que
pasa.
Por suerte mi amigo tuvo la
amabilidad de prevenirme de no comer esas cosas pues existe una alta
probabilidad de que me intoxique o de tener problemas digestivos si lo hago.