Todo el mundo ha escuchado el mito de que las embarazadas se ponen
cariñosas (por si alguien no entendió, me refiero a califa, hot, etc). Bueno,
déjenme decirles que no es un mito, es la pura y santa verdad… a mí al menos,
me pasó desde el mes cuatro en adelante.
La verdad es que jamás tuve el valor
para preguntarle a mi mamá o a mis tías si esto era cierto o no por temor a que
la respuesta fuera demasiado sincera y terminaran revelándome detalles que no
estaba dispuesta a descubrir sobre su intimidad. Además que las viejas suelen
entusiasmarse con los temas hot y seguro hubieran terminando preguntándome
sobre mi propia vida sexual, algo que no pretendo discutir con las mujeres
mayores de mi familia, al menos no por ahora.
Por otro lado, de mis pocas
amigas que se han convertido en madres, ninguna jamás ha mencionado algo como
esto y reconozco que nunca se me ocurrió preguntar, hasta aquella vez que
pregunté…
Me acuerdo que hacía ya varias
semanas me venía sintiendo extraña, como fogosa. Todo me parecía sensual (y
sexual) y el pobre Pelayo no entendía por qué ahora me las daba de gatúbela y
me acercaba por la cama ronroneando e insinuándome, mientras él, enfrascado en
su libro de Paul Auster, me miraba con cara de interrogación. Intenten no
imaginarse la escena pues quizás en sus mentes se verá súper erótica, pero una
felina con panza, que se aproxima a duras penas gateando por la cama, y que
muchas veces quedaba dada vuelta cual tortuga pataleando en el aire, no tiene
nada de sexy créanme.
Al principio mi marido estaba
feliz de que “le tocara” casi a diario, pero con el paso de las semanas la
novedad de esta nueva versión hot mía tenía un poco agotado a Pelayo que
extrañaba esas noches donde nos acostábamos, nos abrazábamos y veíamos How I
meet your mother comiendo chocolate, matándonos de la risa, para luego darnos
vuelta cada uno a su lado y dormir. Me atrevo a decir que hasta bajó algunos
kilos, pues todo el mundo le preguntaba por qué estaba tan flaco y por supuesto
yo no me daba por aludida ni imaginaba la responsabilidad que me cabía en
ello.
El caso es que estaba en un
carrete femenino con un grupo de amigas y aprovechando el escenario de
confianza (y que a esas alturas de la noche varias estaban “chambreadas” con la
champaña y las piscolas que corrían sin cesar), lancé el comentario al aire así
como que no quiere la cosa, a ver si alguien enganchaba con el tema… “no sé qué
me pasa, últimamente ando súper califa y tengo puros sueños eróticos… ¿a alguna
le ha pasado o soy yo la rara?”. Se produjo un silencio un poco incómodo y
todas las caras se posaron sobre la mía que a esas alturas estaba de un color
rojo carmín; estallaron en risa y no pude más que unirme al estrepitoso coro de
carcajadas.
Cuando se calmaron las aguas mi
amiga más experimentada tomó la palabra y con cara muy seria, como si de
política internacional se tratara, me dijo que a ella le había pasado en todos
su embarazos, que no son pocos (tres para ser exacta). Y de a poco todas las
mamis del grupo se fueron relajando y contando sus experiencias.
Lo más chistoso es que a medida
que iba pasando el rato y entrábamos en confianza, las lenguas se fueron
soltando y el tema subió de tono. Comenzamos a contar nuestros “sueños
eróticos” con lujo de detalle y me di cuenta, para mi tranquilidad, de que la
mayoría soñaba con artistas de cine y galanes de teleseries, ¡algunas incluso
con sus ex! Dejé de sentirme infiel, a lo Miriam Hernández cantando “Un hombre
secreto”.
Recuerdo que el que más me
visitaba en sueños y me miraba con cara de deseo era un personaje de una novela
muy antigua, que, me atrevo a decir, es mi amor platónico oficial. No sé si
recordarán a Ivo, aquel rubio con carita de niño bueno y bien sufrido de la
teleserie argentina Muñeca Brava, ese con el que muchas de nosotras
fantaseábamos que corríamos a sus brazos a consolarlo cuando las mujeres lo
hacían llorar.
Otro que a veces hacía sus
apariciones era Mel Gibson, versión joven eso sí, no el vejete arrugado que es
ahora. Aunque no lo crean, antes de conocer a Ivo, Mel ocupaba el número uno de
mi lista de amores platónicos y mientras todas mis amigas tapizaban su pieza
con posters de Nick Carter y Brian, yo llenaba mis paredes con fotos de ese
galancete de los ojos azules.
Con el paso de las semanas y el
crecimiento de mi panza, la etapa hot fue amainando para dar paso a muchos
otros sentimientos y sensaciones de los que ahondaré en los próximos capítulos.
Al final del puerperio, ya ni para soñar me alcanzaba, puesto que dormir
comenzó a ser un lujo asiático.