martes, 9 de agosto de 2016

Hora de Comer

Cuando fuimos al control de los cinco meses, la pediatra me indicó que Lorenzo estaba listo para empezar a comer fruta. Esperaba con ansias ese día, para usar una silla de comer al estilo NASA que me habían regalado.
La primera vez que le dimos manzana, con Pelayo nos hicimos de cámara para inmortalizar el momento. Además para asegurarnos que comiera, teníamos la fruta preparada de diferentes maneras: cocida, rallada, molida; así conoceríamos sus preferencias. Lorenzo nos miraba con cara de no entender nada.
“Manzana: día uno” se escuchaba en el video, y aparecía Lorenzo con cara de interrogación. En cuanto acerqué la fruta lo suficiente, él pegó un manotazo que hizo volar la cuchara hacia la alfombra; el segundo intento no fue mejor ya que corrió la cara y ésta quedó embetunada en manzana cocida. Cuando por fin logramos que abriera la boca y comiera puso cara de asco, escupió todo lo que había ingerido y se puso a llorar. “Manzana día uno”: Fallido.
“Manzana: día dos” fue más o menos parecido al día uno y así sucesivamente los restantes cuatro días.
Convencida de que con la pera me iría mejor hice el intento y a Lorenzo tampoco le gustó. Y así sucesivamente con todas las frutas que le di a probar.
Comencé a desesperarme y a pensar que el tema de la comida siempre sería un problema. Me acordé de todas esas historias que había escuchado e ignorado a lo largo de mi vida de aquellas madres cuyos hijos no comen nada y que tienen que recurrir a suplementos alimenticios y vitaminas para que sus retoños no caigan en la desnutrición. Pensé en mi Lorenzo y sus tutos gordos y me decidí a hacer lo imposible porque mi guagua comiera.
Comenzó el show. Cada vez que a Lorenzo le tocaba comer, yo me ponía a hacerle gracias, cantarle canciones y bailarle para que se riera y así alcanzar a meterle la cuchara. Simulaba que le pasaba el chupete y cuando abría la boca le daba la fruta, claro que subestimé a mi pequeño ya que este aprendía la técnica rápidamente y no me duraba más de dos intentos.
Un día, cuando ya el ritual de la fruta se había hecho famoso en el chat familiar, éste abrió la boca sin más y se comió la fruta. ¡No lo podía creer! Era como si mi guagua se hubiera resignado a la situación y hubiera decidido que era tiempo de tregua. De a poco los dos comenzamos a disfrutar la hora de la fruta, y ésta se convirtió en el momento de los cantos y los cuentos.
Todo iba viento en popa hasta que sucedió algo inesperado, Lorenzo se enfermó. Con ello vinieron los remedios, y un notable retroceso en el tema de la comida, ya que el pobre, traumado con la cantidad de medicamentos malos que le echaba a la boca, decidió volver a cerrarla. Es divertido ese afán de los laboratorios de ponerles sabores a los remedios de los niños que generalmente son pésimos; le ponen un color rojo chillón y “sabor a frutilla.
Por suerte cuando Lorenzo se mejoró y pasaron unas semanas, volvió a amigarse con la comida y retomamos nuestra hora de la fruta.
Lo mejor fue cuando cumplió los siete meses y agregamos las verduras al menú, gozaba las sopas y siempre quedaba pidiendo más y más.
Recuerdo cuando fui al control de los diez meses y la pediatra nos autorizó a darle cosas ricas como manjar, galletas y jugo en caja, entre otras. Yo ya le daba la mitad de la lista hace y me sentí una pésima madre; pero cuando mi mamá me contó que ella nos daba esas cosas cuando éramos aún más pequeños, me tranquilicé y decidí seguir confiando en mi propio criterio.


No hay comentarios.: