Un día me desperté con la
extraña sensación de que caía líquido entre mis piernas. Intentando mantener la
calma, llamé a Pelayo a la oficina para que fuera a buscarme y partiéramos a la
clínica.
Mientras esperaba que llegara mi
marido llamé a la matrona para contarle lo sucedido y me dijo que mantuviera la
calma, que esperara una hora aproximadamente para confirmar que se me había
roto la bolsa.
Luego de unas horas no había
pasado nada y la matrona me explicó que muchas veces la bolsa tiene unos
globitos exteriores que se revientan y hacen que caiga agua, pero que no me
preocupara, aún no había llegado la hora…
Más tarde comenzaron las
contracciones y sin preguntarle a nadie, con Pelayo partimos a la clínica. En
el camino llamamos a toda la familia para contarles que Lorenzo por fin había
decidido nacer. Fue una falsa alarma.
Como a los dos días me levanté
con la sensación de que por fin había llegado el momento de conocer a Lorenzo.
Sentía unas leves contracciones y algo me decía que mi porotito había elegido
ese día, para nacer. Por suerte Pelayo aún no partía a la oficina, asique agarramos
el auto y nos fuimos a la clínica; decididos a no llamar a nadie hasta que no
tuviera la epidural puesta. A las dos horas figurábamos en la casa.
Era un domingo, y partimos a la
casa de mis papas a almorzar y hacer uso de la piscina, por que hacían unos
treinta y dos grados de calor y era imposible permanecer en otro lugar que no
fuera dentro del agua. Al medio día comencé a sentirme mal, tenía la panza dura
y me pesaba más que nunca, tenía contracciones cada cierto rato y sentía mucha
presión entre las piernas; no le di importancia y lo atribuí al calor. Pasamos
la tarde chapoteando y con el frescor del agua los malestares disminuyeron
considerablemente.
Llegamos de vuelta a la casa
como a las ocho, y cansada como estaba, me acosté sin intenciones de moverme
hasta el día siguiente.
Como las una de la mañana, dormía
plácidamente cuando sentí que algo escurría por mis piernas; cuando miré mi
sorpresa fue infinita al ver un líquido rojo que salía por debajo de mi camisa
de dormir. Comencé a mover a Pelayo que dormía a mi lado, no era capaz de
atinar a nada más; él despertó sobresaltado, me vio en la cama alrededor de una
mancha de sangre y se puso pálido.
Partimos a la clínica y Pelayo
me depositó en la puerta mientras iba a estacionar el auto. Fue bastante triste
cuando entré caminando sola, y me senté frente a la recepcionista. Le conté las
razones por las que estaba ahí y me hizo pasar rápidamente al box de la
urgencia.
Llegó la matrona de turno a
hacerme un tacto para determinar de dónde provenía tanta sangre, pero no pudo
identificar las causas. Llamó a otra matrona quien en dos segundos estaba
haciéndome otro tacto, pero nada… luego llegó el doctor de turno y repitió el
procedimiento para ver si podía aportar algo pero no logró determinar las
causas de la sangre. Finalmente apareció mi doctor quien hizo lo mismo que los
anteriores y obtuvo los mismos resultados…nada.
Faltó poco para que hasta el
señor del aseo me hiciera tacto, y con tanto toqueteo comencé el trabajo de
parto y las famosas contracciones que uno ha visto en la tele. Déjenme decirles
que es tal cual como en las películas.
Estaba dilatada en cuatro
centímetros cuando mi doctor me dijo que mis contracciones hacían que a Lorenzo
le bajaran los latidos del corazón, por lo que tendría que hacer una cesárea
para sacarlo lo antes posible. Pelayo estaba verde y sólo asentía; mientras yo
pedía que lo sacara por donde fuera pero rápido.
Llegó el momento de la temida
epidural. Estaba en posición fetal aguantando las contracciones cuando entró un
señor muy simpático que asomaba sus ojos azules sobre la mascarilla; recuerdo
que me dijo que la epidural no dolía nada. Terminó de decirlo y agregó que ya
la había puesto; ese fue mi encuentro con la grande y temida aguja, silencioso
e imperceptible.
No pasaron más de veinte minutos
y sentí un fuerte llanto, ahí estaba mi Lorenzo que protestaba por haber sido
desalojado. Pelayo me dio un beso en la frente y luego puso a Lorenzo a mi
lado, comencé a hablarle y parece que me reconoció por que dejó de llorar y me
miró con esos ojitos arrugados como diciendo: “yo a ti te he escuchado antes”.
Fue el momento más feliz de nuestras vidas, y comprendí que desde ese día
seríamos los tres para siempre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario