viernes, 15 de enero de 2016

El día "D"


Un día me desperté con la extraña sensación de que caía líquido entre mis piernas. Intentando mantener la calma, llamé a Pelayo a la oficina para que fuera a buscarme y partiéramos a la clínica.

Mientras esperaba que llegara mi marido llamé a la matrona para contarle lo sucedido y me dijo que mantuviera la calma, que esperara una hora aproximadamente para confirmar que se me había roto la bolsa.

Luego de unas horas no había pasado nada y la matrona me explicó que muchas veces la bolsa tiene unos globitos exteriores que se revientan y hacen que caiga agua, pero que no me preocupara, aún no había llegado la hora…

Más tarde comenzaron las contracciones y sin preguntarle a nadie, con Pelayo partimos a la clínica. En el camino llamamos a toda la familia para contarles que Lorenzo por fin había decidido nacer. Fue una falsa alarma.

Como a los dos días me levanté con la sensación de que por fin había llegado el momento de conocer a Lorenzo. Sentía unas leves contracciones y algo me decía que mi porotito había elegido ese día, para nacer. Por suerte Pelayo aún no partía a la oficina, asique agarramos el auto y nos fuimos a la clínica; decididos a no llamar a nadie hasta que no tuviera la epidural puesta. A las dos horas figurábamos en la casa.

Era un domingo, y partimos a la casa de mis papas a almorzar y hacer uso de la piscina, por que hacían unos treinta y dos grados de calor y era imposible permanecer en otro lugar que no fuera dentro del agua. Al medio día comencé a sentirme mal, tenía la panza dura y me pesaba más que nunca, tenía contracciones cada cierto rato y sentía mucha presión entre las piernas; no le di importancia y lo atribuí al calor. Pasamos la tarde chapoteando y con el frescor del agua los malestares disminuyeron considerablemente.

Llegamos de vuelta a la casa como a las ocho, y cansada como estaba, me acosté sin intenciones de moverme hasta el día siguiente.

Como las una de la mañana, dormía plácidamente cuando sentí que algo escurría por mis piernas; cuando miré mi sorpresa fue infinita al ver un líquido rojo que salía por debajo de mi camisa de dormir. Comencé a mover a Pelayo que dormía a mi lado, no era capaz de atinar a nada más; él despertó sobresaltado, me vio en la cama alrededor de una mancha de sangre y se puso pálido.

Partimos a la clínica y Pelayo me depositó en la puerta mientras iba a estacionar el auto. Fue bastante triste cuando entré caminando sola, y me senté frente a la recepcionista. Le conté las razones por las que estaba ahí y me hizo pasar rápidamente al box de la urgencia.

Llegó la matrona de turno a hacerme un tacto para determinar de dónde provenía tanta sangre, pero no pudo identificar las causas. Llamó a otra matrona quien en dos segundos estaba haciéndome otro tacto, pero nada… luego llegó el doctor de turno y repitió el procedimiento para ver si podía aportar algo pero no logró determinar las causas de la sangre. Finalmente apareció mi doctor quien hizo lo mismo que los anteriores y obtuvo los mismos resultados…nada.

Faltó poco para que hasta el señor del aseo me hiciera tacto, y con tanto toqueteo comencé el trabajo de parto y las famosas contracciones que uno ha visto en la tele. Déjenme decirles que es tal cual como en las películas.  

Estaba dilatada en cuatro centímetros cuando mi doctor me dijo que mis contracciones hacían que a Lorenzo le bajaran los latidos del corazón, por lo que tendría que hacer una cesárea para sacarlo lo antes posible. Pelayo estaba verde y sólo asentía; mientras yo pedía que lo sacara por donde fuera pero rápido.

Llegó el momento de la temida epidural. Estaba en posición fetal aguantando las contracciones cuando entró un señor muy simpático que asomaba sus ojos azules sobre la mascarilla; recuerdo que me dijo que la epidural no dolía nada. Terminó de decirlo y agregó que ya la había puesto; ese fue mi encuentro con la grande y temida aguja, silencioso e imperceptible.

No pasaron más de veinte minutos y sentí un fuerte llanto, ahí estaba mi Lorenzo que protestaba por haber sido desalojado. Pelayo me dio un beso en la frente y luego puso a Lorenzo a mi lado, comencé a hablarle y parece que me reconoció por que dejó de llorar y me miró con esos ojitos arrugados como diciendo: “yo a ti te he escuchado antes”. Fue el momento más feliz de nuestras vidas, y comprendí que desde ese día seríamos los tres para siempre.

No hay comentarios.: