Toda
mujer embarazada sueña con el día de la primera ecografía para ver a su retoño,
escuchar su corazoncito y cerciorarse de que todo anda bien. Bueno, en mi caso
fue un poco más dramático, por no decir TERRORÍFICO
Un miércoles cualquiera, cuando
ya tenía cinco semanas de gestación, comencé con un dolor de estómago leve. No
le di importancia y me fui a mi casa después de la oficina, esperando que con
una siesta se me pasara. Al cabo de unas horas el dolor se había vuelto insoportable
y toda clase de ideas locas comenzaron a circular por mi cabeza: que la guagua
se estaba implantando en cualquier lugar, que estaba teniendo un aborto
espontáneo o que me habían intoxicado con algo y el bebé corría peligro. Todas
esas historias de terror que me había contado comenzaron a hacerse reales en mi
cabeza.
Pelayo llegó de la oficina, me
encontró hecha un bollo sobre la cama y entró en pánico. Nos subimos al auto y
emprendimos la odisea a la clínica Santa María, porque eran las siete de la tarde
y como todos saben la ciudad de Santiago se caracteriza por sus “horas del
taco”, que últimamente son todas las horas del día.
Mientras yo gritaba de dolor
Pelayo gritaba a los conductores. Llevábamos cuarenta minutos en el auto y ya
no aguantaba más, estaba muy asustada y veía cada vez más lejano el sueño de
ser madre.
Nos acercábamos a la Clínica
Indisa y vi una luz al final del túnel, le pedí a Pelayo que me dejara ahí, ya
que aun cuando la otra clínica está a solo unas cuadras, con el taco que había
se traduciría en al menos media hora más, y no estaba dispuesta a esperar ni un
minuto. Me bajé en la urgencia y entré caminando apenas, mientras Pelayo iba a
estacionar el auto; me acerqué al mesón de ingresos sin importar si había gente
en espera ya que en ese momento sólo me importaba que me atendieran rápido para
salvar a mi guagua, y le dije a la recepcionista que estaba con un dolor
insoportable y que tenía cinco semanas de embarazo, ella rápidamente me ingresó
y por fin me sentí segura.
Llegó el doctor y me preguntó
que sentía, le describí todo desde que había comenzado con el dolor hasta ese
mismo momento y él determinó que lo primero era hacer una ecografía para ver
que la guagua estaba bien. Muchas mujeres me han dicho que la primera ecografía
es un momento mágico, yo en cambio lloraba en una mezcla de dolor, emoción y
tranquilidad de que el problema no era con la guagua, pero lo que menos había
en el ambiente era magia. Pelayo soltó un lagrimón cuando escuchó los latidos
del corazón que sonaban fuerte y rápido, signo de que estaba todo en orden y
que nuestro hijo crecía sano y ajeno al dolor que estaba sintiendo yo en ese
momento.
Luego de confirmar que el
embarazo estaba bien, me envió a hacer múltiples exámenes para determinar la
causa del dolor. Finalmente me dijo que tenía apendicitis y había que operarme
lo antes posible. Estaba muy asustada por lo que la anestesia le podría hacer a
mi guagua, y aunque existían riesgos no había opción, el doctor había sido
tajante al decir “o te opero o te mueres”. Probablemente no usó esas palabras
tan duras, pero en mi cabeza tengo un poco dramatizada la situación.
Llegó una enfermera a ponerme
calmantes a la vena, pero esta señora no era muy experta en poner vías y me
pinchó varias veces en cada brazo ya que según ella por, culpa de mi
nerviosismo no encontraba la vena; yo sólo gritaba que ¡como esperaba que no
estuviera nerviosa si me iban a operar y estaba embarazada! Finalmente llegó
otra persona bastante más experta y logró ponerme el calmante, el problema es
que por estar embarazada sólo podían darme Viadil, que para una apendicitis es
lo mismo que intentar tapar el sol con un dedo.
Al día siguiente pedí que me
hicieran una ecografía para ver cómo iba todo, y nos encontramos con la grata
noticia de que su corazón seguía latiendo con la misma fuerza que ayer. En ese
momento supe que mi porotito sería un luchador.
Desde
pequeña me había preguntado cómo sería el día en que me diera apendicitis, esto
porque a un primo le había dado cuando teníamos siete años, y me había quedado
marcado como gritaba de dolor el pobre. Me imaginé todo tipo de posibilidades, pero
jamás imagine que sería en estas condiciones. Luego me enteré que es bastante
normal que a las embarazadas les dé, ya que el movimiento interno que implica
el crecimiento del útero por el nuevo ocupante al parecer molesta a todos en
ese sector, haciendo que el apéndice se inflame.
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