martes, 15 de septiembre de 2015

La primera ecografía


 

Toda mujer embarazada sueña con el día de la primera ecografía para ver a su retoño, escuchar su corazoncito y cerciorarse de que todo anda bien. Bueno, en mi caso fue un poco más dramático, por no decir TERRORÍFICO

Un miércoles cualquiera, cuando ya tenía cinco semanas de gestación, comencé con un dolor de estómago leve. No le di importancia y me fui a mi casa después de la oficina, esperando que con una siesta se me pasara. Al cabo de unas horas el dolor se había vuelto insoportable y toda clase de ideas locas comenzaron a circular por mi cabeza: que la guagua se estaba implantando en cualquier lugar, que estaba teniendo un aborto espontáneo o que me habían intoxicado con algo y el bebé corría peligro. Todas esas historias de terror que me había contado comenzaron a hacerse reales en mi cabeza.

Pelayo llegó de la oficina, me encontró hecha un bollo sobre la cama y entró en pánico. Nos subimos al auto y emprendimos la odisea a la clínica Santa María, porque eran las siete de la tarde y como todos saben la ciudad de Santiago se caracteriza por sus “horas del taco”, que últimamente son todas las horas del día.

Mientras yo gritaba de dolor Pelayo gritaba a los conductores. Llevábamos cuarenta minutos en el auto y ya no aguantaba más, estaba muy asustada y veía cada vez más lejano el sueño de ser madre.

Nos acercábamos a la Clínica Indisa y vi una luz al final del túnel, le pedí a Pelayo que me dejara ahí, ya que aun cuando la otra clínica está a solo unas cuadras, con el taco que había se traduciría en al menos media hora más, y no estaba dispuesta a esperar ni un minuto. Me bajé en la urgencia y entré caminando apenas, mientras Pelayo iba a estacionar el auto; me acerqué al mesón de ingresos sin importar si había gente en espera ya que en ese momento sólo me importaba que me atendieran rápido para salvar a mi guagua, y le dije a la recepcionista que estaba con un dolor insoportable y que tenía cinco semanas de embarazo, ella rápidamente me ingresó y por fin me sentí segura.

Llegó el doctor y me preguntó que sentía, le describí todo desde que había comenzado con el dolor hasta ese mismo momento y él determinó que lo primero era hacer una ecografía para ver que la guagua estaba bien. Muchas mujeres me han dicho que la primera ecografía es un momento mágico, yo en cambio lloraba en una mezcla de dolor, emoción y tranquilidad de que el problema no era con la guagua, pero lo que menos había en el ambiente era magia. Pelayo soltó un lagrimón cuando escuchó los latidos del corazón que sonaban fuerte y rápido, signo de que estaba todo en orden y que nuestro hijo crecía sano y ajeno al dolor que estaba sintiendo yo en ese momento.

Luego de confirmar que el embarazo estaba bien, me envió a hacer múltiples exámenes para determinar la causa del dolor. Finalmente me dijo que tenía apendicitis y había que operarme lo antes posible. Estaba muy asustada por lo que la anestesia le podría hacer a mi guagua, y aunque existían riesgos no había opción, el doctor había sido tajante al decir “o te opero o te mueres”. Probablemente no usó esas palabras tan duras, pero en mi cabeza tengo un poco dramatizada la situación.

Llegó una enfermera a ponerme calmantes a la vena, pero esta señora no era muy experta en poner vías y me pinchó varias veces en cada brazo ya que según ella por, culpa de mi nerviosismo no encontraba la vena; yo sólo gritaba que ¡como esperaba que no estuviera nerviosa si me iban a operar y estaba embarazada! Finalmente llegó otra persona bastante más experta y logró ponerme el calmante, el problema es que por estar embarazada sólo podían darme Viadil, que para una apendicitis es lo mismo que intentar tapar el sol con un dedo.

Al día siguiente pedí que me hicieran una ecografía para ver cómo iba todo, y nos encontramos con la grata noticia de que su corazón seguía latiendo con la misma fuerza que ayer. En ese momento supe que mi porotito sería un luchador.
Desde pequeña me había preguntado cómo sería el día en que me diera apendicitis, esto porque a un primo le había dado cuando teníamos siete años, y me había quedado marcado como gritaba de dolor el pobre. Me imaginé todo tipo de posibilidades, pero jamás imagine que sería en estas condiciones. Luego me enteré que es bastante normal que a las embarazadas les dé, ya que el movimiento interno que implica el crecimiento del útero por el nuevo ocupante al parecer molesta a todos en ese sector, haciendo que el apéndice se inflame.

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